A veces nuestro ánimo decae y nos sentimos defraudados porque las cosas no van como habíamos imaginado. Hay tiempos difíciles en la vida de toda persona. En estos momentos podemos caer en desánimos y desesperanzas. Para mí una causa ha sido, sobre todo, cuando dejé mi país de origen ya con cierta edad y me obligó a emprender un nuevo camino en otro país que no se parece en nada al que dejé atrás.
En momentos así estamos vulnerables. Es precisamente cuando el Maligno aprovecha para ganar ventaja sobre la Palabra de Dios, la cual es una fuente de apoyo en la vida de todo cristiano.
Entran las interrogantes que buscan desanimar nuestro espíritu: ¿Quién soy? ¿Qué tengo? ¿Qué me espera? Nuestra fe flaquea y Dios parece insuficiente ante nuestra incertidumbre. Nos envuelve el presagio de que hemos vivido para nada, porque a la edad en que ya vencimos parte de la adultez sentimos que este futuro que ya llegó no era lo que esperábamos en nuestra juventud.
¿Por qué sufres, hijo mío, si tienes la promesa eterna de mi Palabra?:
«Tu palabra, SEÑOR, es eterna, y está firme en los cielos. Tu fidelidad permanece para siempre; estableciste la tierra, y quedó firme».
— Salmo 119:89–90 (NVI)
Eso nos dice Dios en ese diálogo maravilloso que mantiene con nosotros. Pero no escuchamos su voz a la distancia porque nos sumergimos en el torbellino de las preocupaciones, las necesidades económicas y las carencias de toda índole, sin recordar que Dios mismo nos ha dicho que depositemos nuestra carga en él. Esta manera de pensar nos lleva a la pobreza espiritual que mengua la plenitud que Dios nos ofrece.
Así me he sentido en algunos momentos de mi vida. Mis problemas causaron una batalla en mi mente y mi espíritu que debilitó mi fe y casi extingue, al parecer, hasta el más leve rayo de luz. No comprendemos que hay formas de consolidar nuestra fe que nos anima a caminar en Cristo. Entonces es cuando debemos recordar que hay una fuente inapreciable de sabiduría, de poder, de amor y de bondad, que es la Palabra de Dios. En sus páginas encontramos consuelo, refugio, hasta respuestas, dándonos aliento y fuerza en los instantes de flaqueza.
Dios dice en 2 Corintios 1:4-5:
«El cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así también por el mismo Cristo nuestra consolación» (RVR60).
Somos la vasija con que Dios moldea a fuerza de pruebas nuestro carácter y nos llena de fortaleza en él. Es de suma importancia que acudamos diariamente a la Palabra de Dios, a su lectura cotidiana, pues de dicha fuente emana como una luz la sabiduría y las respuestas a todo agobio. Es esencial que le pidamos todo aquello que requerimos, y que lo hagamos con fe:
«Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre».
— Mateo 7:7-8
Cuando nos enfocamos en la Palabra de Dios, no desviando nuestra atención en las cosas preocupantes, podremos enfrentarlas con la seguridad de que vamos a tener el apoyo incondicional de Dios. Es exactamente como lo dice Filipenses 4:13:
«A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece».