Solía ser una niña obediente, aunque —confieso— algunas veces no lo fui tanto. Era pequeña pero ya notaba que cuando me portaba correctamente todo iba muy bien, pero cuando desobedecía a mis padres todo me iba mal. Al crecer relacioné mi buena conducta con las cosas positivas y el mal comportamiento con lo malo que me ocurría. Mi propia experiencia me estaba confirmando las palabras de Proverbios 6:20 — «Hijo mío, guarda siempre en tu memoria los mandamientos y enseñanzas de tus padres».
Pero cuando era adolescente me rebelé contra la autoridad de mis padres y sentí que mi vida se descarriaba aunque no lo quise reconocer. Quería demostrarles que era independiente y sabía manejar mi vida sola, sin consejos de nadie, ¡cuán equivocada estaba! Eso mismo nos sucede cuando por orgullo y autosuficiencia desobedecemos al Padre celestial, nuestra vida comienza a descarrilarse.
Recibimos una educación esmerada de nuestros padres, quienes tratan de asegurarnos una vida digna y honesta, dependiendo de los valores éticos que nos inculcan. Buenos padres, buenos hijos y viceversa. Debe ser así. Nuestro Padre celestial, que es todo amor, quiere siempre lo mejor para sus hijos; la obediencia es un requisito indispensable porque es la demostración de nuestra lealtad a su mandato.
«Obedece mis palabras, hijo mío;
guarda en tu mente mis mandamientos.
Obedece mis mandamientos y enseñanzas;
cuídalos como a las niñas de tus ojos, y vivirás.
Átalos a tus dedos,
grábatelos en la mente» (Proverbios 7:1-3).
La obediencia es difícil al inicio porque es una actitud que debemos aprender a aceptar y que consolidaremos en la medida en que madure nuestra vida espiritual. Es una actitud responsable de sometimiento a una voluntad superior y su consecuencia es beneficiosa.
Como yo aprendí de niña que las buenas acciones son una consecuencia directa de la obediencia a mis padres y maestros, así los cristianos aprendemos que las bendiciones de Dios son consecuencia directa de la obediencia a él.
«Sigan el camino que el Señor su Dios les ha señalado, para que les vaya bien y vivan muchos años en la tierra que él les va a dar en propiedad» (Deuteronomio 5:33).
En toda obra de Dios hay bienestar para con sus hijos. Su poder y sabiduría es tal que cuando nos alejamos de su Palabra no nos va bien, mas cuando nos acercamos a él y le creemos y obedecemos, nuestra vida se va de un camino que trae paz. La obediencia es el cumplimiento de un mandato, de una orden dada por Dios cuya jerarquía es tal que no hay discusión. La obediencia es un acto de madurez.
¿Por qué debemos obedecer a Dios?
- La obediencia para el cristiano es el deseo de cumplir por encima de todo y primero que todo con la voluntad del Padre celestial; de esta forma le demostramos que él es el Señor de nuestra vida, el centro de nuestro ser.
- Obedecerle también demuestra nuestra confianza absoluta en él. De esta forma agradamos a sus ojos y tendremos una paz y seguridad que solo Dios nos da.
- La obediencia a Dios es una prueba de nuestra fidelidad, de nuestro amor por él y es también:
- Una manera leal de glorificar su santo nombre.
La obediencia a Dios es bendición constante para el cristiano porque le demostramos nuestra absoluta entrega a él.